Ciertas
situaciones que nos pasan en el transcurso de nuestra vida, son claves y
responsables de muchos de los cambios que afrontamos como personas, que afectan
positiva o negativamente nuestras relaciones con los demás y la relación que
tenemos con nosotros mismos.
Esos
cambios se ven reflejados en lo que sale de nosotros hacia los demás, en la
manera en que recibimos lo que los demás nos dan.
Lamentablemente,
esos cambios negativos que surgen en nosotros, producto de una experiencia
frustrante, se ven reflejados significativamente en nuestras relaciones. Damos
tanto a personas que no lo valoraron, nos desprendemos de todo lo que somos o
tenemos, para entregárselo a esos que amamos y sufrimos tanto, que nos volvemos
desconfiados y tacaños a la hora de dar. Pensamos si esa persona nueva que ha
llegado a nuestra vida es de fiar, si merece nuestro amor, nuestra confianza,
nuestro tiempo; y lamentablemente, por miedo de volver a pasar por aquel
acontecimiento que nos frustró, todo aquello que antes dábamos sin medir
y sin pensar, de pronto nos es imposible darlo y preferimos guardárnoslo para
nosotros, cosa que al final nos afecta internamente. Y no por decisión propia,
sino por consecuencia del dolor y la decepciones vividas.
Hemos
cambiado…
Afortunadamente,
hay otros cambios, los positivos, que nos ayudan a ser mejores personas. Hay
personas que llegan a nuestras vidas para traer la luz que otros se llevaron
con su partida. Nos enseñan a confiar y a creen que no tiene por qué ser igual
que antes, y nos devuelven esa confianza que habíamos perdido en el pasado. Si
nos costaba amar, nos ayudan a dar todo ese a mor que hay en nosotros, sin
medidas y confiando en que estará en un lugar seguro. Esas personas que llegan
con su luz permanente, nos cogen de la mano y caminan con nosotros por un
camino que antes creíamos inseguro.
Otras
veces, la consecuencia de todo ese dolor que vivimos en el pasado, suele
pagarla esa persona que llega con su luz a iluminar la nuestra. Desconfiamos
tanto y tenemos tanto miedo, que no nos damos cuenta de que le estamos negando
la entrada a nuestra vida a alguien que lo único que quiere es sanar nuestras
heridas y darnos todo el amor que es capaz de dar. Negándonos a darle nuestro
amor y a recibir el suyo, creamos una barrera que sólo puede romperse con la
paciencia y el propio amor.
Es
lamentable que pase, pero es más lamentable aún que se pierda la batalla sin
antes haberlo intentado.
El amor
todo lo puede cuando de verdad se quiere a una persona. El amor lo encierra
todo: la confianza en los demás, la lealtad, la fidelidad, la entrega, la
honestidad, la tolerancia, la comprensión, la sinceridad, el respeto, el
compromiso, etc.,. El que verdaderamente ama no puede darle sufrimiento a esa
persona que ama.
“La
señal de que no amamos a alguien es que no le damos todo lo bueno que hay en
nosotros”. Autor desconocido para mí.
Si todo
lo que sale de nosotros o todo lo que recibimos de la otra persona nos produce
angustia, sufrimiento y dolor, nos encontramos en una relación tóxica (ya sea
de amistad o de pareja), que nada tiene que ver con el amor genuino. Cuando
verdaderamente amamos a alguien, queremos darle todo lo que somos, todo lo
bueno, todo lo que nos llena. Nos mostramos tal cual somos, sin esconder nada.
Y es ese amor, el que nos ayuda a sacar de nuestras vidas todo aquello que no
nos permite ser esa persona que queremos ser, llena de amor y abierta a recibir
ese amor de los demás.